
Alba ha comprado una masía al lado del río. Tiene más naranjos de los que puede contar con los dedos de una mano, limoneros, mandarinos y olivos. Un huerto que espera poder cuidar sin que se le muera, mejor si puede hacerlo sin pedirle ayuda a nadie. Quizás compre unas cuantas gallinas. Ya lleva un mes aquí. Se sentirá más segura cuando adopte un perro para que vigile la casa. El gato no sirve como alarma, lo único que hace es dormir. Alba mira por la ventana mientras escucha el repiqueteo de la cucharilla al chocar contra las paredes de la taza. El día está nublado y hace frío. Se ha terminado la época de comer fuera. Ha tenido que acercarse al pueblo a por un par de cosas que le faltan. Lleva días comiendo verduras y fruta. Alba tiene ganas de probar la carne otra vez. Se recuerda en la carnicería, no en frente del embutido si no de la carne cruda. Siempre le ha gustado probar la carne picada antes de prepararla, pero nunca en grandes cantidades. Lo justo para que no sea peligroso para su salud. También tiene que trabajar. Leer un manuscrito y decidir si publicarlo o no. Lo ha impreso entero. Prefiere el papel que las pantallas y, además, se le cansan menos los ojos. Apenas son las diez de la mañana. Ha madrugado mucho y el sábado se presenta ante ella como cualquier cosa menos un día de descanso. Se termina el café que ya está frío. Lo pone en el fregadero y va a sentarse en el sofá con las páginas entre las manos. El título la invita a pensar que está delante de una historia de terror. Sonríe. Hoy es treinta y uno de octubre. Esta época inspira a la gente a intentar escribir historias de miedo. Alba no cree en los ataques de inspiración pasajera porque no los identifica como talento real. Para ella, el talento real viene de la constancia. Pero no es culpa de la autora que el manuscrito haya llegado a ella cuando lo ha hecho. Ignora el tópico y sus prejuicios y empieza a leer. La obra habla de fantasmas en una casa encantada y de una mujer sola. La propia vivienda empieza a ser territorio desconocido para su propietaria. Los espejos esconden algo más que su reflejo. Los cuadros la siguen al pasar. La comida se estropea. Los sonidos extraños nunca paran y, cuando lo hacen, el silencio es todavía más escalofriante. Los electrodomésticos, los grifos, todo aquello que debe funcionar por una voluntad externa a ellos empieza a trabajar por cuenta propia. La casa se deteriora y con ella la protagonista. Para su sorpresa, casi se le olvida escribir apuntes en los márgenes de las páginas para su posterior valoración. Se avergüenza al darse cuenta de que ella misma empieza a sentirse inquieta. Empieza a llover y los sonidos provocados por la lluvia y el viento la obligan a mirar detrás de ella continuamente. Identifica los crujidos de la madera como pasos intrusos, el chirriar de las puertas movidas por corrientes de aire le hacen pensar de repente que quizás los antiguos habitantes de la masía decidieron quedarse en su hogar. El Sol se ha escondido detrás de las nubes y la espesa cortina de agua. Las sombras de los árboles bailan en el exterior. El balanceo le recuerda a Alba a un ritual más que a otra cosa. Deja de leer. Es hora de comer y la editora decide hacer una pausa. Cocinar le servirá para despejarse y distraerse. Es la primera historia de terror que lee estando sola en medio del campo, sin ningún vecino cerca. Es normal que se haya sentido inquieta. Se acostumbrará. O eso, o la soledad acabará por volverla loca. Todos los estímulos que reciba terminaran convertidos en amenazas. Dejará de dormir por las noches. Sufrirá alucinaciones. Un día no muy lejano no será capaz ni de trabajar. Venderá la casa, con su vida ya arruinada e intentará marcharse lejos y olvidar. No. Es hora de comer y, quizás, de tomarse otro café. O mejor una infusión relajante. Alba tiene los nervios a flor de piel. Necesita dormir más. Y un perro. Se dice que esta misma semana irá a una protectora de animales y se llevará a uno con ella. Se dirige a la cocina y saca la carne de la nevera. Precalienta el horno, corta la carne, corta unas cuantas verduras para preparar la cama del lomo. Lo adorna todo con especias. Espera a que la comida se haga. El manuscrito está abandonado en el comedor. Lo necesita lejos. El trabajo siempre tiene que estar separado del tiempo de ocio. Se lo recuerda muchas veces. No quiere terminar odiando aquello que tanto disfruta haciendo y que, además, le pone un plato en la mesa.
Suena el timbre y Alba se sobresalta. No suele tener visita y el corazón le late desbocado en el pecho mientras se acerca a la puerta. Abre y se encuentra a una de las mujeres del pueblo. No es mucho mayor que ella. Tendrá unos cuarenta años. Necesita unos segundos para recordar el nombre: Carmen. Trabaja en el ayuntamiento y lleva una bandeja tapada con papel de aluminio en las manos. Además, ha dejado de llover, pero todo sigue estando oscuro.
-¡Hola! Suponía que estarías aquí, Alba.
-Hola, ¿puedo ayudarte en algo?- Está a punto de añadir que claro, ¿dónde más iba a estar si no en su casa? De todos modos, está demasiado ocupada lanzando miradas furtivas a la bandeja enfrente de ella.
-Ah, no. Es que esto es para ti. Es una torta de chocolate del horno del pueblo. Hemos pensado que te gustaría. La panadera dice que la compras bastante a menudo.
-¿Hemos?
-Como eres nueva, hemos pensado que en tu primer Halloween aquí deberías tener algún postre bueno con el que pasar lo que sea que vayas a hacer hoy.
Esboza una sonrisa enorme y Alba se da cuenta de que no va a decirle quién más ha pensado en comprarle su dulce favorito en la panadería del pueblo.
-¿Aquí se celebra Halloween?- Vuelve a preguntar.- Esperaba, como mucho, unas castañas.
Carmen ríe con ganas, como si lo que acaba de decir Alba fuera lo más gracioso que ha escuchado en días.
-¡Aquí siempre lo celebramos todo!
Alba jura que esa es la primera conversación real que mantiene con esta señora. Se obliga a imitar la sonrisa de su interlocutora.
-Bueno, pues, muchas gracias por pensar en mí.- Está segura de que su sonrisa forzada se parece más a una mueca que a otra cosa y que Carmen puede sentir su incomodidad igual que los animales huelen el miedo a metros de distancia. De todos modos, la mujer extiende las manos para que Alba coja el postre.
-Deberías volver a la cocina. Huele muy bien. No pierdas de vista el horno. La comida nunca debe estar ni cruda ni demasiado hecha. Es todo un arte. Bueno, tengo que irme, que se me hace tarde. ¡Esperamos que lo disfrutes! ¡Buen día!
Y con esto, se da la vuelta y empieza a alejarse por el camino que sale de la finca. Alba sujeta con una mano la bandeja y con la otra cierra la puerta. Vuelve a la cocina y deja la torta encima de la isla. Retira el papel de aluminio y tiene que resistir el impulso de coger un cuchillo y cortar un trozo. Ya queda menos para que la comida esté lista.
Come mirando las noticias. La carne y las verduras están tiernas y les ha puesto por encima una salsa que tenía preparada en la nevera. Alba ya está más tranquila. La incomodidad inicial de la visita inesperada se ha convertido en una anécdota curiosa. Estas cosas no suelen pasar en la ciudad. Tan solo debe acostumbrarse. Vuelve a reconocer los sonidos de la casa como simple ruido blanco de su día a día. Antes de volver a ponerse con el manuscrito corta un trozo de torta, se prepara una infusión y se dirige al sofá. El gusto dulce del chocolate derritiéndose en su lengua calma por unos instantes la intranquilidad que la historia le ha estado provocando durante varias horas. Es solo cuando ya no tiene nada con que distraer sus sentidos que vuelve a sentir la misma extraña sensación de peligro. La protagonista de la historia se mira al espejo y su reflejo le deja de pertenecer. Un crujido sobresalta a Alba. Hay alguien fuera. Algo ha pisado una rama. De nuevo, un escalofrío. Los latidos de su corazón se desbocan otra vez. Por unos instantes no puede moverse del sofá. Quiere llamar al gato, comprobar si se ha escapado de casa pero sabe que el animal nunca la ha obedecido y no va a empezar a hacerlo ahora. Sigue leyendo. Es consciente de que está siendo increíblemente poco productiva y se enfada con ella misma, pero al final se levanta y mira por la ventana: no hay nadie fuera, como era de esperar. Se queda unos segundos mirando a través del cristal.
Decide aprovechar que no llueve y salir a pasear por la finca. Camina a través de los árboles durante un rato. El ambiente huele a tierra mojada y parece que el frío sube del suelo para pegarse a su piel. Se ajusta la bata y continúa paseando. Hasta hoy, pasear por la finca le ha traído una paz que allá en la ciudad nunca había sentido. Otra rama se rompe. Se gira. Nadie a la vista. Está en medio del campo. Probablemente será un tejón. Una ardilla. ¿Un jabalí? Alcanza a ver por el rabillo del ojo como se mueven las hojas de un árbol. Se gira hacia allí rápidamente y, efectivamente, las ramas se están moviendo. No por el viento, más bien como si alguien hubiera caminado a través de ellas. Se queda callada intentando escuchar pasos pero tan solo escucha su propia respiración volviéndose cada vez más superficial a causa del miedo. Espera ver a alguien abalanzándose sobre ella desde cualquier dirección. Un nuevo susurro de la vegetación por fin activa el instinto de supervivencia de Alba, que empieza a correr hacia la casa. Mira hacia atrás, esperando descubrir a su perseguidor entre los árboles. Resbala. La inercia la hace resbalar por el suelo. Nota las piedras clavándose en sus brazos y piernas, rascando su estómago, las palmas de sus manos. Apenas le da tiempo a cubrirse la cara. No se para a examinar sus heridas. Se levanta trastabillando y sigue su carrera hasta volver a encerrarse en casa. Cierra la puerta tras ella. A primera vista todo parece seguir en su sitio. Casi todo. Algo se mueve por el pasillo de arriba. Corre hasta la cocina, agarra un cuchillo y sube corriendo las escaleras. Está gritando. No sabe a quién ni qué tipo de respuesta espera. Cuando llega arriba se encuentra de frente con el gato, que la vigila muy quieto pero completamente alerta. Alba baja el cuchillo. Está perdiendo la cabeza de verdad. Escucha gotas, otra vez. Mira por la ventana y fuera ya no llueve. Mira hacia abajo. Hay manchas rojas en el suelo. Se mira las manos. Efectivamente, es ella la que está sangrando. Empiezan a dolerle las heridas. Camina rápidamente hacia el baño, localiza el botiquín. Se mira en el espejo. Está manchada de tierra y sangre. Sabe que no hay nadie cerca pero ya no puede evitar que un miedo irracional se apodere de ella. Se mete en la ducha. El agua caliente hace que todo le escueza pero su cuerpo empieza a relajarse. Decide terminar de leer mañana el manuscrito. Quizás incluso lo lleve a un bar del pueblo, donde esté rodeada de gente y donde quizás interrumpan su sesión de trabajo para hacerle todo tipo de preguntas. Las personas ya no le molestan tanto a estas alturas. Al salir de la ducha, se limpia bien las heridas. Se pone vendas y alguna tirita. Baja al salón, coge el manuscrito y lo guarda. Puede tomarse el resto del día libre. Se tumba en el sofá, enciende la tele y deja que el gato se le suba encima. Alba se siente terriblemente cansada. La ducha le ha relajado los músculos que había tenido en tensión todo el día. El ronroneo del animal que descansa encima de ella la adormece y acompasa, poco a poco, su respiración a la del felino. Se queda dormida y, cuando se despierta, ya es de noche cerrada. Su compañero ha desaparecido. Un nuevo ruido cerca de ella le dice que, de todos modos, no anda muy lejos, así que se incorpora y valora si realmente tiene ganas de prepararse algo para cenar. Alba se da cuenta de que apenas tiene hambre. Un trozo de fruta servirá para llegar hasta la mañana siguiente.
Vuelve a la cocina. Mira por la ventana. La noche está completamente oscura. Aunque no llueve, las nubes cubren completamente el cielo y parece que la casa ha sido colocada en medio de la más absoluta nada. Antes de llevarse sus mandarinas al comedor, la propietaria de la casa decide encender unas cuantas luces fuera. Normalmente no lo hace, pero esta noche lo necesita.
Alba se queda paralizada. Esta vez sí que lo ha visto. Una silueta completamente blanca ha cruzado por la ventana. No fuera. Dentro de la casa. Justo detrás de ella. El corazón le ha dejado de latir durante unos instantes. Busca otro cuchillo, más grande que el anterior. Sube las escaleras, despacio. No quiere hacer ruido. ¿Qué quiere? ¿Qué pretende hacer si se encuentra con alguien en el piso de arriba? La puerta del baño está abierta. Juraría que la ha dejado cerrada. Abre todas las puertas. Nadie en ningún sitio. Empieza a abrir los armarios, mira debajo de la cama, detrás de las puertas, en la bañera. Debería llamar a su madre. Definitivamente, se está volviendo loca. Vuelve al piso de abajo. Una corriente de aire la atraviesa entera. La puerta principal está abierta de par en par. Alba empieza a llorar. La silueta de blanco ha venido a matarla. Está convencida. A estas alturas, no sabe si es mejor quedarse en casa o salir al exterior. Algo se rompe en la cocina y, después, una risa traviesa. Una risa que no ha salido de ella. Alba se decide y sale corriendo. No ve absolutamente nada. Los ruidos que la han acompañado todo el día la persiguen, magnificándose a cada instante. Los pasos no son pasos ligeros y discretos de animales salvajes. Son pasos acelerados. Son sonidos claramente humanos. Alba escucha risas a su alrededor. Alguien la está llamando. Una voz le pide que vaya con ella. Alba no sabe hacia dónde ir. Solo siente la imperiosa necesidad de seguir corriendo. Salir a la carretera, tal vez, y llegar hasta el pueblo pero ni tan siquiera se acuerda de la dirección que ha tomado cuando ha empezado a huir.
-¿Dónde vas?- Alguien aparece en frente de ella. La misma silueta de antes. Parece un penitente, todo vestido de blanco. Su capucha cae hacia atrás, sin ninguna pinta que se eleve hasta el cielo. Además, tiene voz de mujer. Alba trastabilla hacia atrás.
-¿Quién eres?
-Eso no importa.
-¡Claro que importa!- Alba está histérica.- ¿Qué quieres de mí?
-Hemos venido a por ti.
Cuando la mujer pronuncia la palabra hemos, Alba empieza a ser consciente del alboroto que está sucediendo a su alrededor. No puede contar cuántos pasos escucha, ni contar los reflejos blancos que caminan a través de las hojas de los árboles que custodian su hogar.
Se aleja de la mujer que tiene delante y vuelve a correr de nuevo. Dos figuras más se le plantan enfrente.
-¿A qué viene tanta prisa?
No importa hacia donde corra. Alba tiene claro que está rodeada. Empieza a gritar pidiendo ayuda. Sabe perfectamente que la localización de su finca hace completamente imposible que alguien pueda escucharla. Aún así, se deja la voz cada vez que chilla. Cuando levanta la vista de nuevo, decenas de figuras están rodeándola. Ninguna se acerca a ella más de un par de metros. Alba intenta escapar, buscar algún hueco entre los cuerpos, cualquier vía de escape por pequeña que sea, pero cada vez que inicia un movimiento un par de manos la empuja de nuevo hacia el centro del círculo. No violentamente pero sí con firmeza.
-Has sido muy valiente, Alba.- Le dice alguien a su lado.- Definitivamente mereces vivir en esta casa.
-Debe estar muy asustada.
-Es posible que nos hayamos extralimitado. No debe ser fácil asustar a alguien que vive sola en medio del campo.
-Es una mujer. Estar asustada es algo intrínseco.
Reconoce algunas de las voces que hablan a su alrededor. Sigue sin entender nada. Nota decenas de manos encima de ella. Le tocan el pelo, las manos, la ropa, la cara. Alba se da cuenta de que está en medio de un ambiente festivo pero el miedo a lo desconocido sigue oprimiéndole el corazón. A pesar de sentir tantísimos dedos recorriendo su cuerpo no se sienta atacada por nadie. El dolor no llega en ningún momento y mientras se balancea pasando entre los brazos de sus perseguidoras va tomando conciencia de que casi está bailando, siendo abrazada y arrastrada hacia el interior de la formación. Nadie le pide disculpas ni le da ninguna explicación. Todas las voces siguen riendo y coreando pero dejan de tener un matiz amenazador. Alba ya no se siente tanto en medio de un ritual donde ella es el sacrificio. Se detiene por fin y se da cuenta de que ha dejado de llorar.
-Alba, tenías que entender esto para formar parte de ello.- Dijo una voz a sus espaldas. Se giró. En las manos de la penitente había otro traje completamente blanco. La figura se lo estaba ofreciendo como si fuera un regalo.- Las mujeres de esta zona hemos llevado este traje desde hace más de cien años. Ahora no es más que un traje de ritual, un vestido que utilizamos unas cuantas noches al año, pero hubo un tiempo en el que lo utilizamos para sentirnos seguras. Salíamos por la noche de casa con él y todo el mundo nos tenía tantísimo miedo que nadie se atrevía a acercarse a nosotras ni intentaba hacernos daño. Nos hemos reunido en esta finca durante décadas, vestidas con esta armadura y sintiéndonos más valientes que nunca. Tenías que entender, Alba, qué representa esto para nosotras. Tenías que querer formar parte. Nunca más debes desear volverte invisible, compañera. Ponte esto y que sean los demás los que nos tengan miedo, pero tú jamás vuelvas a tenerlo. Vístete, Alba, y bienvenida.
Alba se descubre poniendo las manos sobre la tela blanca, todavía temblando. Varias personas la sujetan, le pasan la ropa por la cabeza y se la atan con una cuerda a la cintura. Le suben la capucha y Alba empieza a ver el mundo desde los dos agujeros de su traje nuevo. El frío ya no le araña el cuerpo y ahora tiene un lugar desde el que mirar sin necesidad de esconderse pero también sin ser vista. Alguien le da la mano. En tan solo unos instantes, Alba se pierde, transformándose en un blanco más en medio de la oscura noche de octubre.
Maria F. Beltran
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Sílvia Panisello (domingo, 11 octubre 2020 23:20)
Que xulo Maria!
M'ha fet inquietar, no t'ho negaré. M'ha recordat una mica a les "marfantes" de què parlem per estes terres nostres.