
Más veces de las que me gustaría admitir, descubro la obra de una escritora cuyo nombre no había escuchado en mi vida y entonces discuto conmigo misma, intentando decidir si la culpa la tiene la sociedad, donde muchas de nosotras podemos escuchar el nombre de un autor al cual no hemos leído pero que podemos reconocer, cuya figura nos es familiar a causa de haber escuchado su nombre en diversos ámbitos a lo largo de nuestras vidas; o si quizás ha sido exclusivamente culpa mía, que no he prestado suficiente atención, que no he investigado suficiente, que no me he molestado en indagar, como si el problema no residiera en el hecho de tener que manchar mis manos de tierra para desenterrar tesoros continuamente, como si las obras y la vida de ellas no tuvieran que estar ya limpias y brillantes en el museo a la vista de todo el mundo.
Descubrí a Colette a través de Keira Knightley y no me avergüenza admitirlo porque cualquier descubrimiento hecho de la mano de Knightley es completa e irrefutablemente digno. Recomiendo, por supuesto, que corráis a ver la película al terminar de leer este artículo si todavía no habéis tenido el placer.
En fin, que Sidonie-Gabrielle Colette vivió entre el siglo XIX y el siglo XX y, por desgracia, el camino más rápido para ser escritora durante el maravilloso siglo pasado fue que los hombres te dieran permiso para ello. -No, no hablemos del siglo actual. Si hablamos del siglo actual voy a tener que escribir un artículo completamente diferente.- Colette empezó en las sombras. Escribiendo por encargo para su marido, Henry Gauthier-Villars, más conocido como Willy. Se quedaban sin dinero y la pluma de Colette les sacaba del pozo una y otra vez. Willy llegaba incluso a encerrarla en casa para que escribiera cuando Colette se cansaba de hacerlo.
A pesar de esto, Colette no fue importante solamente por escribir a la sombra del farsante de su marido ni por demostrar que le pertenecía la autoría de sus obras años más tarde. Es que Colette consiguió dotar de voz a las jóvenes de la época: consiguió ser un referente. Todas querían ser la heroína de la novela que escribía a escondidas, todas querían ser Claudine.
“Me llamo Claudine y vivo en Montigny, donde nací en 1884 y donde probablemente no moriré.”
O dicho de otro modo: eh, chicas, por favor, sed un poco más valientes. No muráis donde no queréis morir. Colette llamaba a la libertad desde las sombras. Y aunque parezca una contradicción, no lo era. Colette escribía personajes libres y ella vivía libre, mostrando su bisexualidad al mundo o poniéndose pantalones. Os aseguro que esto, en París, durante el hermoso siglo pasado, no era moco de pavo. Exhibía su sexualidad en público. ¡Se besó con Mathilde de Morny en el escenario de Moulin Rouge! ¡Con una aristócrata lesbiana y trans! Era el pecado hecho persona. ¿Y paró allí? ¡Para nada! Siguió dedicándose al teatro, mostrándose con poca ropa, en una época en la que ser actriz de teatro era casi ser una prostituta. Y lo mejor vino después de divorciarse de su marido… ¡Colette se emancipó y fue autosuficiente económicamente el resto de su vida!
Y aún así, Colette renegaba del feminismo. Negaba formar parte del movimiento y afirmaba que las feministas se merecían el látigo y el harén… Pero, parafraseando a Keira Knightley, era una criatura fantástica.
Para no considerarse feminista, Colette consiguió un lugar en las altas esferas sin renunciar nunca a su “feminidad” y viviéndola a su manera por completo. En una época en la que Hannah Arendt o Virginia Woolf eran aceptadas por la crítica precisamente porque su escritura era andrógina aunque eso significara masculina para ellos, signifique eso lo que signifique. María Moreno habla de ella en su Panfleto: erótica y feminismo, y también remarca el hecho de que Colette fue madre: no dejó que la dicotomía escritora-infertilidad se hiciera realidad en ella, ¡y tampoco murió trágicamente a causa de ella misma! Como Alejandra Pizarnik o la propia Woolf. Entonces, no puede usarse contra ella el “mito de la escritora maldita” para justificar su triunfo.
Y lo que he querido decir con todo esto es que Colette fue la escritora más libre del siglo XX, dejó que las jóvenes parisinas de su época la vieran en plena revolución, que aprendieran. Y además de ello, fue feliz. Fue única. Y fue realmente buena. Como dijo Kristeva refiriéndose a ella:
"Leer los textos de Colette dificulta la interpretación porque generan una amnesia de la que solo queda la sensación de que lo leído ha sido vivido."
Y eso es lo más hermoso que la lectora puede dedicarle a la escritora.
Maria Fernández Beltran
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