
Desliza por su lengua roja una piruleta de fresa que tiene forma de corazón. El sabor ácido del caramelo se funde con el de la saliva caliente que inunda su boca. El chico le dice que levante las manos por detrás de la cabeza, tocándose la nuca, y que sujete el palo de la piruleta con los dientes. Casi encaja en el hueco que hay entre sus incisivos. Después le dice que sonría con los ojos entrecerrados. Clic. Ahora que levante más el pecho y meta tripa. Un poco más arriba. Bien. Clic. Siéntate en el suelo y mírame. Así no. Deséame. ¿Así es como deseas tú? Quieres follarme. Venga. Eso está mejor. Venga, pídeme que te folle. Haz que se me levante. Vale. Clic. Esa es mi chica. Clic. Tengo frío, ¿podemos parar un momento? Clic. No podemos parar ahora, en un rato se pone el sol. Venga, aguanta. Pero. Ni pero ni pera, venga. Vuelve a la mirada de antes. Enséñame la lengua. Y ahora pon la piruleta encima, que se vea bien. Venga. Clic. Muérdela, que se vean los dientes. Clic. Agárrate las tetas. ¿Así? No, desde abajo. Que se vean saliéndose del sujetador. Pero te he dicho que no quería nada guarro. Pero qué dices de guarro. Venga, mírame como antes. Deséame. Parece que estés enfadada. De verdad, mírame como lo haces cuando follamos. No sé cómo es eso. Pues con ojos de salida. ¿Ves como sí que es guarro? La chica se levanta y coge su sudadera de encima de su mochila, que está tirada sobre una roca. Pero qué haces. Se la pone e introduce una mano en el bolsillo. Después, se acerca a la línea fronteriza que marca el final de la llanura y el principio del despeñadero. Lame la piruleta. Quítate eso y vuelve aquí, que dentro de nada nos quedamos sin luz. Tengo frío. Me la pela que tengas frío. En serio, ven aquí, cojones, que esto está a tomar por culo y las fotos que tenemos son una mierda. Estoy cansada. Y helada. Tira de la parte baja de sus shorts, estirando la tela. El cielo comienza a ponerse naranja. A lo lejos, se levanta una montaña. En medio, una llanura amplia y vacía. Me la pela. Estamos aquí y no vamos a volver. Aún me tienes que pagar tu parte de la gasolina. Pero si el coche es de mi padre. Una carcajada. Pero la pasta de la gasofa es mía. Mira, no me toques el coño. Quítate eso y ven aquí. Te he dicho que no. Él deja caer la cámara, que cuelga de su cuello con una cinta. Agarra a la chica por el brazo y tira de ella. Que vengas. Ella intenta zafarse, sin éxito. Te he dicho que no. Vámonos ya. Pero qué coño te pasa, estabas hace un momento posando y no puedes quedarte quince o veinte minutos más. Pues no. Te he dicho que no quería que fuese en plan guarro, pero está claro que tú sí que quieres que lo sea. Muerde el caramelo y lo trocea en su boca. El crujido resuena en el silencio vacío. Crunch. Crunch. Crunch. Pero qué haces, no la rompas, idiota. No tenemos más. Ella mira al horizonte. Ya se está poniendo el sol. Sí, hostia, por eso te digo que tenemos que hacer ya las fotos. El cielo está bonito ahora, en el atardecer. Pues venga, vamos a aprovechar la luz. Se traga el caramelo. Niega con la cabeza. Que no. Que sí. Tira de ella con fuerza. El hombro se descoloca. Clac. ¡Joder! ¡Cabrón, mi hombro! Intenta soltarse. Él continúa tirando. ¡Para! ¡Mi hombro! La suelta. Me cago en todo, me has dislocado el puto hombro. Se palpa la zona. Pone una mueca de dolor. Me has sacado el puto hombro, joder, pedazo de burro. Pero qué dices, puta loca. Ella le da manotazos en el pecho. Para. Para. La agarra de las muñecas. Te he dicho que pares, me cago en Dios. Le levanta la sudadera e intenta quitársela por la fuerza. Ella no sube los brazos. Se oyen los hilos de las costuras de la prenda rompiéndose. Consigue desnudarla. ¡Que me dejes, joder! Un gemido ahogado en la tráquea. Él deja la cámara en el suelo. Ven aquí. La agarra por la cintura, pegándola a su cuerpo. ¡Suéltame! Shh. Ya he entendido que no quieres fotos. Pues sin fotos. Pero mírame como me miras cuando follamos. No me apetece. Vamos. ¿Por qué estás de morros? ¿Es que ya no te pongo? ¿Es eso? Estoy enfadada. ¿Enfadada por qué, a ver? Ya te lo he dicho: no dejabas de insistir, a pesar de que te he dicho que no quería que fuese en plan guarro. Y tú todo el rato en ese plan. Siempre me tratas como a una guarra. Así que ya está. Vámonos, por favor. Quiero llegar a casa. Tch, tch, tch. Niega con la cabeza. No nos vamos hasta que yo lo diga. Me has cabreado a mí también. ¿Yo a ti? La besa en el cuello. Lleva el pelo recogido en una trenza larga. Él busca el extremo y se lo pasa a la chica por la nariz. Ella lo rechaza con la cabeza. Para, deja de hacer el idiota. Solo me estoy poniendo romántico. ¿No dices que no te gusta que te trate como a una guarra? Pues sígueme el juego. No quiero jueguecitos. Vámonos, de verdad. Si no, cojo las llaves y me voy yo sola. Ella hace ademán de buscar en el bolsillo delantero del chico, pero este le agarra la muñeca. Ni se te ocurra. ¿Cuánto tiempo más vas a alargar esto? Vámonos, por favor. Es que no sé cómo decírtelo ya. Quiero irme. Ya es prácticamente de noche. No hay luz. Ya no podemos hacer las fotos. Ya está. Él acerca su boca a la de ella. Intenta besarla. La chica lo esquiva. Eh, ya te he dicho que las fotos ya me dan igual, pero no quiero desaprovechar el momento. Estamos tú y yo aquí solos, en un sitio guapísimo. Y me tienes muy cachondo. Mira. Le coge la mano a la chica y la lleva a su entrepierna. Ella la quita de inmediato. Que me quiero ir. Estoy helada. Yo te doy calor, no te preocupes por eso. La abraza. Ella intenta apartarlo, pero no es lo suficientemente fuerte para moverlo. Es demasiado corpulento. Que no. Venga, no te hagas la estrecha. Se aproxima a su oído. Que sé lo guarra que eres. A lo mejor si te toco un poquito… Desabrocha con facilidad el botón de sus shorts, pese a que ella intenta apartarse. Rápidamente introduce la mano en su ropa interior. Su dedo hurga en la línea del placer. Pero ahora no es placentera. Para. La chica agarra la mano intrusa, tratando de sacarla en vano. ¡Para! Shhh. La aprieta contra su cuerpo. Entonces saca la mano y le introduce los dedos en la boca por la fuerza, agarrándole la mandíbula. Casi le alcanza la campanilla. ¿Te gusta tu sabor? A ella le nace una arcada al principio de la garganta. La boca le sabe a amargo ácido biliar. Pero él no saca los dedos. Hurga también en su cavidad bucal; palpa la cara interna de las mejillas, la lengua, el cielo del paladar. Una nueva arcada. Él continúa. Otra. Esta vez el vómito baña los dedos. Entonces él los retira. ¡Joder, puto asco! ¡Qué coño haces! Ella se limpia las comisuras de la boca. Escupe en la cara del chico. ¡Qué haces, puta loca! La empuja por los hombros. Ella se tambalea y finalmente cae sobre la tierra. Él se limpia la cara con el antebrazo. Le patea las piernas, los muslos. ¡Para! Mira lo que me obligas a hacer, puta. Hija de puta. Pam, pam, pam. ¡Para! Pam. Los golpes llegan al torso, a la espalda. Ella se cubre la cabeza con los brazos. Ahora no me escupes, eh. Ahora no te conviene. Una patada fuerte en las costillas. Ella tose. Escupe sobre el suelo. Cuando ve venir el próximo golpe, agarra al chico por el tobillo y lo desestabiliza. Cae parcialmente sobre ella. ¡Hija de puta! Agarra el inicio de la trenza, muy próximo al cuero cabelludo, y tira de ella. La chica chilla. Se lleva el brazo a la nuca y le clava las uñas en la muñeca al otro. Pese a ello, él continúa tirando con empeño. La suelta solo para agarrarla por los pómulos, tapándole la boca. Aplasta su cabeza contra el suelo. Ella intenta propinarle una patada, pero él no le deja espacio suficiente para moverse. Aunque lo intenta, la chica no puede levantar la cabeza. Consigue morderle el valle carnoso que hay entre el pulgar y el índice. El sabor metalizado de la sangre se mezcla en la lengua con el de la bilis, que es persistente. ¡Ah! Hija de puta. Él aparta la mano. Mira la marca de los dientes y entonces, lleno de rabia, hunde el puño contra la nariz de la chica. El tabique, crac, se tuerce. La sangre sale a borbotones, inundando la boca abierta, que escupe de inmediato, y la cara del chico se mancha de nuevo, esta vez de un rojo escarlata de intensidad rebajada por la saliva. Entonces él le machaca el rostro con los puños apretados, impetuosos golpes de martillo húmedo. Ella ya no se resiste. El peso del chico le aplasta el torso y casi no puede respirar. Emite gemiditos apenas perceptibles, que ni siquiera él escucha, pese a que no los separan más de dos palmos, porque tampoco está dispuesto a escuchar. Cuando ella lleva ya un buen rato quieta, entonces él se detiene. Se mira los nudillos goteantes y se levanta, con las piernas a ambos lados de la chica. Mira lo que me has obligado a hacer, mira. Entonces le da la espalda y coge la cámara de fotos del suelo. Cuando ya está dispuesto a marcharse, los dedos fríos de la chica ciñen por segunda vez su tobillo. Cae de rodillas. La cámara estalla en pedazos. Algunos trozos cruzan la línea y caen por el despeñadero. Ella se levanta y escupe. Apenas sin fuerzas, le patea la parte baja de la espalda al chico, una y otra vez. Él empieza a reírse. Se gira hacia ella, todavía en el suelo, y la agarra por la cadera. ¿No has tenido suficiente? Eres una chica muy cabezota… Se levanta con las rodillas desolladas. Le coloca los mechones del pelo sucios detrás de la oreja y le da un beso en la mejilla. Venga, vamos al coche. Ella asiente y gimotea con la cabeza apoyada sobre su pecho. Le da un beso en los labios. Te quiero.
Andrea Alfaro García ( @andrealfgar )
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