
Yo he sido una niña de ladrillo
vestido rosa, caricia de verano
las rodillas cubiertas de la arena
de un coliseo cerrado al público:
a empujones en el patio
hasta el encuentro con el suelo
brisa traicionera levantas mis faldas
niño imbécil te ríes de las mismas bragas
que al arrojarte a mis pies buscas:
te aplasto las narices, me lloras
bajo la suela de mis Lelli Kelly.
Con la cara marcada toda la vida
hasta que con hombros anchos
me brames tus intestinos
me lamas las mejillas
te ofendas por mis lágrimas
yo te veo, te veo
la suela aún impresa en tus
tres puntos negros suspensivos.
Con mis ojos de serpiente te veo
soy Eva reencarnada
me he hecho amiga de Lilith
no quiero Dios si es masculino
no quiero paraíso
si es debajo de ti
yo que doy vida
yo que la quito
tengo ríos entre las piernas
una forja en el útero
Madre Tierra por mi parto
no hay capa de ozono
sin mi manto de moderna Medusa
con rosas en el pelo
ese color que te insulta
y que mezclo con el negro
de mi sangre coagulada
por tus golpes, por mi vientre
me vuelvo una mujer morada
llena de habitaciones propias:
éstas son las uvas
que darán el vino
de la nueva homilía.
Yo que he sido una niña de ladrillo
soy ahora mujer de carne, ¡carne!
no temo las heridas, no temo
los elementos ni tu manía
de aplastarme, aplastarme
no te temo: eres tú quien tiembla
cuando es tu turno de rodillas
eres tú quien grita, quien humilla
y a mí me han odiado tanto, tanto
por haber nacido así
que ya poco me importa:
cada ofensa es una lanza
cada muerta un puño al aire
cada silencio mil gargantas:
si quieres quitarte la marca
de la suela de mi zapato
camina conmigo y a mis espaldas
o rézame para no morir
bajo los pies rítmicos
de todas mis hermanas.
Julia García Urceloy
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